A continuación presentamos la Homilía de Mons. Mario Moronta, pronunciada este sábado 20 de marzo en la Ordenación Diaconal de Eris Anaya en la Rectoría San Juan María Vianney de Barrio El Rio – San Cristóbal.
Uno de los rasgos más significativos del Señor Jesús es el servicio. No sólo se autodefinió como “servidor”, sino que también nos dio el ejemplo en aquel hermoso y tierno episodio del lavatorio de los pies. En ese momento, incluso, le pidió a los discípulos que hicieran lo mismo, para que demostraran de verdad que lo seguían e imitaban. Por otra parte, la misma Palabra de Dios nos enseña que servir, en el pensamiento de Jesús, no era algo protocolar. El no vino a ser servido, sino a servir: es decir, a dar la vida por la humanidad. Servir es eso: arriesgarse por la salvación de todos.
A la vez, Jesús asume las enseñanzas del profeta cuando se refiere al “Siervo de Yahvé”. El Señor Jesús lo hizo desde el inicio: nació pobre, se rebajó y se hizo pequeño para engrandecer y enriquecer a la humanidad. Allí, en ese “empobrecimiento” se manifestó su mayor capacidad de servicio: precisamente, porque se hizo pequeño y pobre aceptó el reto de la Cruz y la glorificación de la resurrección. Dios su vida por todos, sin acepción de personas.
Para continuar su obra en el mundo a lo largo de la historia, el mismo Señor hizo que sus discípulos fueran configurados a Él. Esto se da gracias a la acción del Espíritu Santo y por la imposición de las manos. Es lo que realiza el sacramento del Orden. Como bien sabemos, existen tres grados en el sacramento del Orden: El diaconado, el presbiterado y el episcopado. Hoy nos convoca acá en esta comunidad la ordenación diaconal de un joven que ha estado realizando su trabajo pastoral en medio de ella. Por la imposición de las manos del Obispo y la oración de consagración quedará marcado para siempre y se convertirá en servidor, a imagen del Señor que se entregó por la salvación de los demás.
A imagen de Cristo servidor, el nuevo diácono realizará sus encargos pastorales, acompañado ciertamente de la gracia y fuerza del espíritu, pero mostrando con su testimonio que actúa en nombre de quien no vino a ser servido sino a servir. Servir no significa ser útil. Esto es lo que nos dice el lenguaje cotidiano. Es lo que pretende también el mundo cuando habla del servicio de las gentes: que sean útiles para intereses particulares. Entre nosotros es diverso: servir es algo mucho más profundo: es entregar la propia vida para la salvación de los demás. En esto se actúa en nombre del Señor. Ese servicio tiene tres grandes dimensiones que realiza el diácono con sus tareas y actitudes.
En primer lugar, el servicio de la Palabra. Este servicio no se limita a acciones de enseñanza y de proclamación, que son necesarias. Va mucho más allá: es, desde la propia vivencia de la Palabra que ha hecho suya, animar, contagiar y entusiasma r a otros, sus oyentes, para que la asuman como regla de vida y así puedan sentir lo que Pedro le respondió al Maestro en una oportunidad: “¿A quién iremos si sólo Tú tienes palabras de vida eterna?” En segundo lugar, el servicio de la celebración de los misterios de la fe, en la Liturgia. En ella, lejos de lo que mucha gente piensa, el diácono no actúa como simple ayudante o como ceremoniero. Es lago mucho más profundo, ya que actúa para animar en la comunidad la participación y disfrute de los sacramentos que son signos sensibles de la gracia y de la salvación. Entonces, el diácono alienta a todos a ir en el camino de la novedad de vida. Y, por último en tercer lugar, tenemos el servicio de la caridad. No se trata de que el diácono organice obras de asistencia. Hay un elemento mayor: el diácono es un signo personal en la comunidad de la opción preferencial por los pobres y excluidos. El es testimonio vivo del amor de Dios, creando también comunión y fraternidad.
Dentro de unos momentos, por la gracia de Dios, luego de haber respondido a la llamada de Dios, Eris será marcado con la fuerza del espíritu para convertirse en servidor a imagen de Cristo. A partir de ese momento, su vida se transforma interiormente para siempre. Está destinado y consagrado para ser el hombre de la Palabra, de la comunión y de la caridad. Está llamado y ungido por Dios para hacer realidad el abrazo amoroso de un Dios que salva y que se sigue manifestando en el ministerio diaconal de sus elegidos. Está marcado y dedicado para ser constructor de la comunión y para hacer realidad la fraternidad, desde su entrega y disponibilidad total. Por eso, les invito a que sigamos orando siempre por él, a fin de que sea testimonio vivo de perseverancia y fidelidad en medio del pueblo de Dios.
Querido Hijo:
Cumplidos los tiempos de formación previa en el Seminario y luego de un tiempo de maduración pastoral, hoy comenzarás a ser testigo de Cristo servidor. Serás marcado por la fuerza del espíritu, quien te ayudará con su gracia. Sabemos de tu capacidad de entrega y tu generosidad en el servicio, en particular a los más necesitados. No dejes de actuar nunca bajo la guía de ese Espíritu que te sella para siempre con su acción santificadora. El reforzará los dones que un día recibiste en la confirmación; ayer para ser testigo valiente del Evangelio, hoy para ser servidor decidido de ese mismo Evangelio.
Quienes confían en ti, lo hacemos por el testimonio que has dado y estás dando. Por eso, te animo a seguir creciendo en el amor de Dios, del cual has sido constituido heraldo y signo. No tengas miedo a las dificultades, no vaciles ante los problemas, no temas ante las injusticias; al contrario, sé decidido ante las esperanzas de tu pueblo, presta oído a sus clamores y ofrece continuamente tu vida por las ovejas que se te encomiendan.
Que María, Madre de Dios te acompañe con su maternal protección y que San Miguel y el Santo Cura de Ars te ayuden con su intercesión ante el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, el Señor. Amén.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.