FOTOS JMJ MADRID 2011

11/4/10

MENSAJE EN LA PASCUA DEL RESUCITADO EN EL AÑO SACERDOTAL

A NUESTROS QUERIDOS HERMANOS DEL PRESBITERIO
DE LA DIOCESIS DE SAN CRISTOBAL

¡LA PAZ DEL SEÑOR RESUCITADO SEA DE BENDICION PARA TODOS!

Desde el inicio del AÑO SACERDOTAL, convocado por el Santo Padre Benedicto XVI, hemos realizado diversos encuentros de oración y estudio, así como algunas iniciativas para fortalecer y reafirmar la fraternidad sacramental entre nosotros. La Pascua del Señor Resucitado, el mismo Sumo y Eterno Sacerdote que se ofreció como Cordero Pascual, y al cual estamos configurados por el sacramento del Orden, es un tiempo propicio para reiterar una característica esencial de nuestro ministerio: también nosotros somos “testigos del Resucitado”.

Esta realidad, que marca nuestra propia identidad sacerdotal, nos impulsa a tener en consideración la enseñanza de San Pablo: hemos sido revestidos de Cristo y hemos sido convocados para buscar las cosas de arriba (Cf. Col. 3,1). Como nos lo enseña San Agustín, nosotros somos pastores, sin dejar de ser ovejas del rebaño; es decir, no somos profesionales de lo religioso, sino pastores desde la experiencia existencial de ser cristianos. Hemos podido ser configurados a Cristo Sacerdote, porque primero fuimos injertados en Él (Cf. Rom 6,5; Jn 15, 5). A la vez, hemos sido llamados y elegidos por el mismo Señor para el servicio del pueblo de Dios.

Por ser servidores de nuestros hermanos nos presentamos como imitadores de Cristo. Esta realidad la experimentamos en dos líneas: en primer lugar, porque nuestra gente debe ver en cada uno de nosotros el reflejo del Señor al que deben seguir como discípulos; en segundo lugar, precisamente, porque hemos de ser los primeros imitadores del Señor, de tal manera que asumamos como propios los mismos sentimientos de Cristo Jesús. (Cf. Flp. 2,5).

Hoy, como siempre, hemos de distinguirnos por ser testigos del Resucitado. Ser testigo significa dar a conocer al Cristo presente en medio de nosotros. No podemos no hacerlo, pues estamos configurados a Él y, además, actuamos en su nombre. Para ello, fuimos sellados con la fuerza del “Espíritu de Santidad” que se nos dio el día de la ordenación. Además, luego de haber sido ungidas nuestras manos por el Obispo, al entregársenos el cáliz y la patena, se nos invitó a “imitar lo que tratamos”; es decir, a ser testigos, anunciadores y proclamadores de la realidad eucarística y pascual que realizamos y entregamos al pueblo de Dios.

Este compromiso de ser fieles testigos, con nuestra predicación del Evangelio, con la celebración de los misterios de la fe y con la práctica de la caridad pastoral, se hace más urgente en estos tiempos en los que vivimos. El mal ejemplo, que lamentablemente algunos hermanos nuestros han dado, las críticas que ello ha generado con el subsiguiente escándalo hacia personas débiles o que han sido ofendidas por ellos, están generando serios ataques contra la Iglesia, el Santo Padre, y contra nosotros mismos. Esos ataques, que encuentran una razón en la mala conducta de esos hermanos nuestros, por otra parte, generalizan ese tipo de comportamiento como si fuera propio de cada uno de los sacerdotes y ministros de la Iglesia. Sabemos que no es así.

Por eso, nos corresponde fortalecer nuestro testimonio de vida sacerdotal cual comportamiento que debe regirse por los principios del Evangelio y por la enseñanza de la Iglesia. La mejor respuesta a esos ataques es, precisamente, nuestra forma de vida y nuestro servicio desinteresado y radical al pueblo de Dios. Estamos en un momento de tensión que nos obliga a recordar porqué y para qué fuimos elegidos. El autor de la Carta a los Hebreos nos lo recuerda nuevamente: “El Sacerdote es un hombre, tomado de entre los hombres y puesto en medio de los hombres para las cosas de Dios”“(5,1).

Si hemos sido elegidos para estar en medio de los hombres para las cosas que son de Dios, hemos de distinguirnos por el testimonio de vida evangélica, con autenticidad y generosidad. No olvidemos que por esa realidad también somos convertidos en “causa de salvación” (Heb. 5,9) para los hombres. No en causa de escándalo o de alejamiento, sino todo lo contrario. Al igual que el Pastor Bueno, tenemos que ir en búsqueda de la oveja perdida, y salir al encuentro de las que están fuera del redil para constituir un solo rebaño bajo un solo pastor (Cf. Jn 10,16).

Queridos Hermanos:

Alentados por la fuerza del Resucitado, hemos de ser testigos de su amor. Por eso, les invito a que hagamos realidad, de manera continua, las promesas hechas el día de nuestra ordenación y que, recientemente, hemos renovado ante el pueblo de Dios durante la Misa Crismal. El pueblo sigue confiando en cada uno de nosotros, no lo defraudemos; antes bien seamos nosotros, con nuestro entusiasmo y celo apostólico, los pastores capaces de conducirlo aún entre cañadas oscuras y barrancos peligrosos, como nos enseña el Salmista (Ps. 23). Como nos dice el autor sagrado, no entristezcamos al Espíritu que se nos ha dado, sino dejémonos llevar por su gracia para que podamos de verdad transparentar el rostro del Señor Jesús, que también se da a conocer, a través de cada uno de nosotros, como Camino, Verdad y Vida (Cf. Jn 14, 6).

Los animo –y me animo con todos ustedes- a ser pastores fieles del rebaño siendo testigos del Señor Jesús (Cf. 1 Pe 5, 1-2). Que la gente, cuando nos vea y reciba nuestro ministerio se anime a seguir a Jesús y ser sus discípulos con más entusiasmo y fortaleza.

Los saludo fraternamente y reitero mi sincero aprecio, garantizándoles el continuo recuerdo en la oración. Dios les bendiga


+Mario del Valle, Obispo de San Cristóbal.

San Cristóbal, 11 de abril del año 2010, II Domingo de Pascua.

Resultados Preliminares del Diagnostico Moral del Táchira