FOTOS JMJ MADRID 2011

10/8/11

HOMILIA FIESTA DEL SANTO CRISTO

De nuevo nos encontramos, peregrinos de todos los pueblos y regiones del Táchira y Venezuela, para rendir homenaje a nuestro Protector y “divino pastor”, el Santo Cristo de La Grita. De nuevo nos trae hasta acá un solo interés: reafirmar nuestra fe en Jesús, el hijo de Dios, encarnado y presente en la historia de la humanidad para dar la salvación a todo ser humano. De nuevo nos congregamos para reconocer que sólo Él es el principio y el fin, el alfa y la omega, el mismo ayer, hoy y siempre. De nuevo acudimos a Él para recibir los resplandores de su luz, la verdad que nos hace libres y la vida que se abre hacia los horizontes de la eternidad.
¿Qué encontramos en esta peregrinación? En esta imagen cuatro veces centenaria venimos a ver el retrato del Cristo que se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado. Entonces, en su rostro sereno, en su cuerpo exánime que transparenta la ofrenda sacerdotal de la víctima que se auto-presentó al Padre Dios, volvemos a conseguir lo que el artesano “milagrosamente” quiso transmitir: el Dios humanado que hizo posible la redención para convertir a todo el que lo siguiera en “hombre nuevo”.
Acudimos con fe, no por una mera costumbre o por una curiosidad turística. En el rostro de cada peregrino que no siente miedo a la lluvia o a lo extenuante del camino, se puede comprobar la alegría del encuentro con el Señor; en los pies cansados y, a veces sangrantes, de quienes vienen caminando, se siente la decisión que les ha movido, que no es otra cosa sino la adhesión al Señor. En la vida de cada uno de los que llegan hasta Él se percibe la acción de gracias o la confianza por le petición que se le formula. Todo ello se sintetiza en una sola actitud: la fe, sencilla y profunda. Profunda, porque se cimienta en la roca inconmovible que es el mismo Cristo; sencilla porque está llena de la sabiduría del creyente y no se ahoga ni en formulismos ni en protocolos externos. Acá se viene con fe: las alforjas o los morrales personales de cada peregrino regresan pletóricos del fruto más importante de la Cruz: el amor que todo lo puede. Acá, nuevamente podemos sentir lo que nos enseña Pablo, al contemplar, al Santo Cristo sabemos que nada ni nadie nos puede separar de su amor.
Desde esta perspectiva, podemos recordar lo que nos dicen los profetas y que encuentra en Cristo su plena realización. “El pueblo que caminaba en oscuridad vio una luz”. Con la llegada de Jesús, comenzó a irradiarse esa luz que disiparía las tinieblas de la humanidad, causadas por el pecado del mundo. Más aún, en el mismo evangelio Jesús se presenta como la verdadera luz: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
Desde entonces hasta ahora y para siempre, es Cristo quien nos ofrece la verdadera luz: aquella que disipa oscuridades y llena de plenitud la existencia humana. Sencillamente porque Él es esa luz. Asumirla y ponerla en lo más alto de nuestras existencias, comunidades e instituciones es lo que permitirá que la humanidad pueda caminar por sendas seguras de plenitud. Como luz, el Señor también se nos presenta como el pastor bueno que nos conduce hacia sendas seguras, aún atravesando cañadas oscuras y llenas de barrancos.
Por ser luz, Jesús se nos manifiesta como fuente de la auténtica  seguridad para todo ser humano. En Él, descubrimos que toda dificultad, todo problema, toda interrogante, toda inquietud, toda ilusión, toda angustia…  tienen una respuesta clara. Por eso, al venir a encontrarnos con el Santo Cristo redescubrimos la fuerza de esas palabras alentadoras que Él nos dejó en el evangelio: “Vengan a mí todos los que están cansados y oprimidos, que Yo les aliviaré. Carguen mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.
Quien tomó su cruz para darnos la salvación, es el único que de verdad, puede darnos el auténtico consuelo. Porque tuvo esa experiencia de dolor y de sufrimiento, con la que se identificó de manera radical con la humanidad, es por lo que nos puede asegurar que en Él encontraremos el descanso ante nuestros problemas y angustias. No un descanso alienante, sino el de la comunión con Él. Es así como nos invita a hacer de nuestras cruces personales y comunitarias, el yugo suave que nos permite encontrar la fuerza para seguir creciendo en su amor.
Estas dos expresiones de la Persona y mensaje de Jesús, hoy nos permiten orientar nuestra oración y reflexión. En efecto, todos los peregrinos hoy traemos ante el Santo Cristo las situaciones que hemos vivido en el Táchira en los últimos meses, producto de las lluvias y el clima inclemente que ha producido serias consecuencias. Nos solidarizamos con los hermanos que han sufrido los embates de las lluvias. Ante el Santo Cristo, traemos las angustias creadas por esta terrible situación: la de las familias que han perdido sus hogares, la de los agricultores que han visto destruirse sus campos y perderse las cosechas, la de quienes sufren por todo esto.
Sabemos que el Señor hace que su yugo sea suave por una sencilla razón, que nos compromete: nuestra fraterna solidaridad. Hoy ante la venerada imagen del Santo Cristo tenemos la oportunidad de reafirmar nuestra caridad, porque Él nos enseña que todo lo que hagamos por los demás en su nombre, es a Él a quien lo hacemos. Más aún, Él mismo se vale de nosotros para dar el alivio y el consuelo que requieren. Nosotros mismos, convertidos en hermanos de todos, sin acepción de personas, estamos llamados a ser el consuelo en las dificultades y problemas, con lo que nos distingue como hijos de Dios: el amor que todo lo puede, todo lo perdona, todo lo supera. Si algo debe salir reafirmado y fortalecido hoy de este encuentro es nuestra fraternidad y solidaridad: así podremos poner en práctica lo que nos enseña el libro de los Hechos al hablar de los primeros cristianos, quienes compartían todo lo que poseían y nadie, entonces, pasaba necesidad.
Ante la Cruz del Santo Cristo, ponemos las peticiones de este pueblo que quiere superar las dificultades que le embargan. De igual manera a Él elevamos la súplica para que dé sabiduría a las autoridades y a quienes tienen la responsabilidad de atender las emergencias, reconstruir lo destruido y fortalecer la vida de tantos hombres y mujeres de nuestra región, golpeados por los efectos del clima. Que sepan aunar esfuerzos mirando sólo el bien común de cada habitante del Táchira y que tengan un solo interés: el hombre y la mujer tachirenses, cualquiera que sea su condición.
El mismo Cristo que nos consuela y nos da fuerza, nos da la luz para vencer tantas oscuridades que nublan los cielos de nuestra sociedad. En el himno al Santo Cristo, reconocemos que “nuestras sendas tu Cruz ilumine”. 
Lamentablemente, hoy por hoy, a pesar de los esfuerzos que hacemos, a pesar de la Palabra de vida que proclamamos, a pesar del intenso trabajo pastoral que realizamos…, nos seguimos encontrando con sombras y oscuridades que opacan la existencia de muchos hermanos nuestros. Pero sentimos la esperanza en las palabras del profeta, pues sabemos que, en nuestro caminar en medio de tantas tinieblas, el resplandor de la luz del Santo Cristo nos permite saber hacia dónde debemos dirigirnos.
Es necesario que sepamos cuáles son esas tinieblas. Muchas las conocemos, muchas las sufrimos, muchas nos quieren envolver: todo se resume en una situación global que hay que atender, como es el relativismo ético o la descomposición moral que tiene efectos y causas. La gran causa es el pecado del mundo. En ese mundo, los creyentes en Cristo caminamos sin ser de él, como ovejas en medio de lobos. Son las oscuridades de la violencia, del sicariato, de la extorsión, del secuestro, del aborto, de la prostitución y de la corrupción de menores, de la delincuencia organizada, del tráfico de personas, del contrabando permitido y tolerado que, desafortunadamente, se está convirtiendo en modo o cultura de vida de no pocos jóvenes y adolescentes seguidores del mal ejemplo de adultos involucrados en él… El licor, la droga y el facilismo, la “rumba” y el aprovechamiento de los demás aparecen, entre otros, como fenómenos característicos de una amoralidad que ensombrece nuestros caminos. Y, ante todo esto, diera la impresión que nada se puede hacer, porque la mediocridad y el conformismo se han venido apoderando de amplios sectores de nuestra sociedad. A esto se une una situación terrible que es necesario superar: es una manera “egoísta y cómoda” de vivir la fe cristiana que se reduciría sólo a la obediencia externa de preceptos apoyada en moralismos y pietismos lejos del verdadero seguimiento de Jesús. Es la actitud del cumplo y miento que produce fariseísmos y visiones erradas de lo que verdaderamente es la Iglesia.
Ante esta terrible situación y sabiendo que Jesús es la luz del mundo, surgen ante nosotros aquellas interrogantes que se hiciera el Siervo de Dios Pablo VI: “Oh, Cristo, ¿eres Tú? ¿Tú, la Verdad? ¿Tú, el Amor? ¿Sigues aquí? ¿Sigues con nosotros? ¿En este mundo tan evolucionado, tan confuso? ¿O tan corrompido y cruel, cuando quiere estar satisfecho de sí mismo, y tan inocente, tan querido, cuando es evangélicamente niño? ¿Este mundo tan inteligente, pero tan profano y a veces voluntariamente ciego y sordo a tus signos? ¿Este mundo que Tú has amado hasta la muerte, Tú, que te has revelado como Amor? ¿Tú, salvación, Tú que eres la alegría del género humano? ¿Sigues aquí donde la Iglesia, tu instrumento y sacramento, te anuncia y comunica?” (Audiencia General, 25.XI, 1970).
Ante el Santo Cristo Milagroso, podemos recordar cuál es la respuesta a dichas interrogantes. Cristo es la Luz del mundo. También hemos de tener presente lo que nos enseña Pablo: desde el Bautismo estamos revestidos de Cristo. Este hecho maravilloso nos indica cuál es la actitud que hemos de tener en medio de este mundo con sus tinieblas: Estar revestidos de Cristo, Luz del mundo, conlleva dejar a un lado las obras de las tinieblas, vivir en honestidad, como de día y llevando en nuestras personas las armas de la luz (Cf. Rom. 13,11 ss). Es nuestra responsabilidad caminar e n la novedad de vida (cf. Rom 6,4) dándonos cuenta de los peligros y dificultades del momento presente. El Apóstol nos insiste en la actitud que nos debe distinguir: “Ustedes hermanos no viven en la oscuridad… Ustedes son hijos de la luz, no de la noche ni de las tinieblas” (I Tes 5,4-5). Al ser discípulos de Jesús, ésta es nuestra vocación y nuestro compromiso.
Nuestra Iglesia local de San Cristóbal lo ha asumido como tarea dentro de la misión evangelizadora. Optamos por la luz y, por eso, queremos ser faros que iluminen las sendas de los demás y se atrevan a cambiar de vida los que están en el submundo de las tinieblas. Con sencillez, pero con decisión y caridad, les invitamos a unirse a nosotros y a hacer de Cristo “el Camino, la Verdad y la Vida”.
Que lo sepa todo el mundo: los católicos del Táchira optamos por la luz verdadera, la de la paz, la de la justicia, la del amor… La luz que resplandece desde la Cruz redentora del Santo Cristo con su rostro sereno y que ilumina las sendas de todos los peregrinos. Ante Él, reafirmamos nuestra fe y la hacemos testimonio de vida para así hacer sentir entre nuestros hermanos, la fuerza transformadora y liberadora de su Reino. Amén.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
LA GRITA, 6 DE AGOSTO 2011.

Resultados Preliminares del Diagnostico Moral del Táchira