La crisis que golpea al mundo de hoy tiene sus raíces en el desamor, una de cuyas expresiones es el menosprecio de la dignidad humana. Ese menosprecio es el que ha llevado a auspiciar el individualismo y el pragmatismo, con el cual no sólo se justifican, sino que se realizan acciones contrarias al amor: los atentados contra la vida, las guerras, los secuestros, el narcotráfico. Pero todavía, pues se da una especie de caricatura de amor, disfrazado de placeres sensualistas y de pasiones incontroladas. El menosprecio por la dignidad humana ha conducido a un relativismo ético, tan denunciado por el Papa Benedicto XVI y que ponen entre paréntesis todo lo referente a la vida y al amor.
Pero, para el cristiano toda esta situación se convierte en un tremendo desafío. Máxime cuando la vida y el amor tienen que ver directamente con Dios. Jesús, el Dios hecho hombre se nos presenta como la Vida del mundo; y la Palabra de Dios, a la vez, nos presenta una definición de Dios muy clara y hermosa: Dios es amor. Por ese amor, de igual manera, Dios abre las puertas a la humanidad para que la vida alcance la plenitud.
Es lo que nos reseña Juan en su evangelio al presentarnos el diálogo entre Jesús y Nicodemo. En ese diálogo, Jesús nos proclama una verdad importante: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea no perezca sino que tenga vida eterna. Luego enfatiza que Él no ha venido a condenar sino a salvar al mundo. La aventura del Dios que se hizo hombre en medio de la humanidad fue una aventura de amor y de vida. Fue el amor de Dios Padre lo que motivó el cumplimiento de la promesa de salvación hecha en los inicios de la historia humana. Y Dios, fiel a su compromiso y su alianza con la humanidad, envió a su Hijo, Jesús, para cumplir esa promesa de salvación. Todo por amor.
La entrega de Jesús tuvo una finalidad: que los seres humanos pudieran alcanzar mayor plenitud, y abrirse a la plenitud de la vida eterna. Entonces, la propia vida humana encontró un horizonte de perfección. Las enseñanzas y acciones de Jesús así lo fueron mostrando. Y cuando llegó el momento solemne de su Pascua, la ofrenda de la propia vida se hizo de manera radical, para que todos pudieran tener vida, y en abundancia. La vida humana, enriquecida con la Vida ofrecida y entregada de Jesús por la salvación de la humanidad, es el don más preciado que tiene todo ser humano. Por eso, no sólo hay que defenderla sino también hacerla crecer con todos los medios dignos de que dispone la humanidad.
En Dios hecho hombre, Jesús de Nazareth, la vida y el amor se identifican de una manera especial. En primer lugar porque es Dios, y Dios es amor. Además, porque, Buen Pastor y amigo de los suyos, como nos enseña el evangelio, fue capaz de dar la vida por todos. Dar la vida es la mayor expresión de amor. Jesús lo hizo, con lo que cumplió con la voluntad del Padre. Es así como entenderemos lo que nos quiso enseñar el Maestro de Galilea: Tanto amó Dios al mundo…
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.