Al inicio de su ministerio público, según lo indica el evangelista Marcos, Jesús comienza la predicación del Reino de Dios. Señala, entonces, que ya está cerca ese Reino y que estamos en la plenitud de los tiempos. Para reforzar su predicación, como Mesías, hace una invitación muy directa a todos los que le van a escuchar su mensaje desde ese momento: Conviértanse y crean en el Evangelio. No pretende el Maestro de Galilea que sea sólo escuchado y que luego haya quienes comenten sus enseñanzas como buenas o malas; pretende algo más: el cambio radical de las propias existencias de parte de los que le escucharán. Por eso, además de proclamarles la Buena Noticia, les invita a dejar todo y seguirlo para convertirse en pescadores de hombres y discípulos suyos.
Los dos imperativos van unidos: convertirse conlleva creer en el evangelio y viceversa. Para convertirse, se requiere asumir el riesgo de creer en el evangelio; y viceversa, quien cree en el evangelio es capaz de optar por la conversión. La conversión es una actitud permanente, que conlleva una continua renovación del espíritu y del corazón; es decir, un cambio radical de vida. Pero no se trata de una conversión cualquiera, sino de una decidida actitud de orientar su vida según los criterios de Dios. Es decir, optar por el Dios de la Verdad, y orientar la propia vida según sus enseñanzas.
Por ello, quien se convierte, habiendo escuchado el evangelio, necesariamente debe adecuar su vida a los criterios del mismo. Esto es lo que significa, entre otras cosas, creer en el evangelio. Y el evangelio es el anuncio de la buena noticia de salvación. Cuando uno es capaz de oír esa buena noticia y decidirse a creer en ella, termina dándose cuenta de que la buena noticia es la misma persona de Jesús, el Maestro que convoca discípulos. Más aún, convertirse y creer en el evangelio es ante todo optar por Jesús, identificarse con Él y, como nos enseña Pablo, revestirse de Cristo.
La Iglesia ha recibido la misión de evangelizar. Por eso, al igual que el profeta Jonás debe predicar la conversión de la gente y motivar para que crea en el evangelio. Hoy más que nunca se requiere redoblar los esfuerzos de la Iglesia en esa tarea evangelizadora. Vivimos en medio de un mundo que está siendo golpeado por los antivalores del materialismo y del hedonismo, así como ensombrecido por el pecado. La crisis ética es cada día mayor… Y la Iglesia, seguidora del Maestro, tiene la responsabilidad de hacer como el mismo Jesús: salir al encuentro de todos para invitarlos a la conversión y a creen en el evangelio. Por supuesto, que debe hacerlo desde la propia experiencia de conversión y de opción por la persona de Jesús.
No hay tiempo que perder. La apariencia de este mundo pasa, como nos enseña el Apóstol. Por eso, sin temores ni ambigüedades y sin perder tiempo en otras cosas los creyentes en Cristo deben ser testigos de lo que diariamente también tienen que predicar a los seres humanos: CONVIERTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.